- Jose A. Morales García
- The Conversation*
La dopamina es un neurotransmisor, es decir, una molécula que se encarga de llevar un mensaje desde las neuronas que lo producen hacia otras células. Por eso interviene en una gran cantidad de procesos como el control del movimiento, la memoria, la recompensa cerebral -ese mecanismo de nuestro cerebro que nos refuerza a repetir una conducta- o el aprendizaje.
También influye en numerosas funciones fuera del cerebro como la motilidad gastrointestinal, la liberación de hormonas, la presión arterial e incluso en la actividad de las células del sistema inmune.
«El que canta su mal espanta», dice el refrán.
Pero no es lo mismo que Rosalía le cante «Si me das a elegir», a que su hijo de tres años vocifere al son de «Baby shark». Tampoco es lo mismo cantar «Paquito el chocolatero» en las fiestas patronales del pueblo, que hacerlo en medio de un entierro, un examen o dentro de un avión. Esto precisamente explica la disparidad de funciones que tiene la dopamina.
Y es que su acción depende de dónde, cuándo, cómo y en qué cantidad se produzca.
Almacenar recuerdos a través de las emociones
La dopamina es conocida mundialmente por ser una de las moléculas de la felicidad. No en vano, es una de las herramientas que Cupido usa para enamorar.
También proporciona placer y relajación. Interviene en procesos de memoria y aprendizaje porque regula la duración de los recuerdos. Es decir, decide si una determinada información se puede almacenar durante un tiempo o se elimina inmediatamente.
Y esto lo consigue fomentando que la memoria y el aprendizaje vayan asociados a emociones. En este proceso interviene la dopamina en el accumbens, una parte del cerebro muy implicada en el control de las emociones, que comunica con zonas encargadas de la memoria, como el hipocampo.
Por eso, el aprendizaje que contiene una carga emocional dura más, porque aprender provoca placer y la información se retiene durante mas tiempo. Así que de nada sirve aquello de «la letra, con sangre entra».
La cantidad de dopamina en el cerebro da información sobre su personalidad
Nuestro horóscopo no influye ni determina para nada nuestra personalidad. La dopamina, sin embargo, sí. Y es que numerosos estudios científicos sostienen que la dopamina podría estar relacionada con rasgos de la personalidad como la inseguridad, la cobardía o incluso el grado de extroversión.
Tanto es así que la cantidad de dopamina en la amígdala cerebral -región del cerebro relacionada con emociones como la ira, el placer o el miedo- nos permitiría saber si una persona es tranquila o insegura o si se estresa con facilidad.
Es lo que ocurre con las personas con predilección por las «emociones fuertes». Ciertas regiones de su cerebro tienen una mayor cantidad de dopamina, por lo que son mas «inconscientes» en sus actos. Al contrario, bajos niveles de dopamina se han relacionado con fobia social.
Dopamina, adicciones y motivación
La dopamina es la culpable de nuestras adicciones, de las malas y de las menos malas. Entre las malas, las drogas aumentan la cantidad de dopamina en el sistema de recompensa del cerebro, lo que produce un estado de placer que refuerza que sigamos consumiéndolas. Algo parecido pasa con las menos malas, como el dulce o la comida basura.
Además, cada persona no responde de la misma manera ante estas adicciones. La razón es que no todos sentimos el mismo placer al comer una tarta, por ejemplo. Un estudio científico asegura que es debido al número de receptores a los cuales se une la dopamina.
De esta manera las personas con tendencia a la obesidad tendrían menos de estos receptores y por tanto necesitarían comer más para notar la misma satisfacción que produce el acto de comer. Son, por tanto, «más adictos» a la comida. Y esta es otra característica de la dopamina: su liberación nos puede convertir en adictos ya que nos impulsa a una búsqueda continua del placer.
La dopamina también tiene función motivacional. No solo nos recompensa cuando realizamos una actividad placentera, sino que también se libera mucho antes de realizar una acción. De esta manera, consigue motivarnos a buscar situaciones o actividades agradables, evitando las negativas.
Prueba de esto es que la baja producción de dopamina ocasiona anhedonia, uno de los síntomas mas característicos de la depresión. Al contrario, altos niveles de dopamina en la corteza prefrontal hacen que las personas estén más motivadas a cumplir con objetivos más exigentes.
La cara oculta de la dopamina
Pero no todo son alegrías. La dopamina también está relacionada con muchas enfermedades psiquiátricas y neurológicas.
Cuando tenemos un exceso de dopamina pueden aparecer trastornos como la esquizofrenia o el trastorno bipolar.
En caso de que la cantidad de dopamina disminuya, aparecen el trastorno depresivo mayor, el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, la enfermedad de Huntington y la neurodegeneración asociada al VIH-1.
Aunque si hay una enfermedad que irremediablemente nos viene a la cabeza cuando hablamos de un déficit en dopamina es la enfermedad de Parkinson, cuyo Día Mundial se celebra el 11 de abril.
En este caso, la causa de este trastorno es la muerte de las neuronas que producen dopamina en una región del cerebro que se llama sustancia negra. Esta dopamina está implicada en el control de la actividad motora, de ahí los síntomas que presentan los pacientes que la sufren.
A pesar de que en la actualidad no hay una cura contra el párkinson, algunos tratamientos permiten mejorar los síntomas y, por tanto, la calidad de vida de los pacientes.
En este sentido, el fármaco estrella desde hace décadas es la levodopa, precursor metabólico de la dopamina. Es decir, cuando se consume por vía oral, se absorbe rápidamente en el intestino y rápidamente llega al cerebro, donde se transforma en dopamina, mejorando el control del movimiento.
En resumen, la dopamina es la Mary Poppins de nuestro organismo, «prácticamente perfecta en todos los sentidos». En cuanto a sus acciones, al igual que la niñera inglesa, puede ser severa pero también amable y educada.
*José A. Morales García es profesor e investigador científico en Neurociencia en la Universidad Complutense de Madrid. Esta nota se publicó en The Conversation y fue reproducida aquí bajo la licencia Creative Commons. Haz clic aquí para ver la versión original.